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𝕰𝖑 𝖊𝖘𝖙𝖚𝖉𝖎𝖆𝖓𝖙𝖊 𝖉𝖊 𝕾𝖆𝖑𝖆𝖒𝖆𝖓𝖈𝖆 (1840) 𝖉𝖊 𝕵𝖔𝖘é 𝖉𝖊 𝕰𝖘𝖕𝖗𝖔𝖓𝖈𝖊𝖉𝖆.🕯

«Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas,
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas:
En que tal vez la campana
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta.
El cielo estaba sombrío,
no vislumbraba una estrella,
silbaba lúgubre el viento,
y allá en el aire, cual negras
fantasmas, se dibujaban
las torres de las iglesias,
y del gótico castillo
las altísimas almenas,
donde canta o reza acaso
temeroso el centinela.
Todo en fin a media noche
reposaba, y tumba era
de sus dormidos vivientes
la antigua ciudad que riega
el Tormes, fecundo río,
nombrado de los poetas,
la famosa Salamanca,
insigne en armas y letras,
patria de ilustres varones,
noble archivo de las ciencias.
Súbito rumor de espadas
cruje y un ¡ay! se escuchó;
un ay moribundo, un ay
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay! de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.»
🪦 𝕰𝖑 𝖊𝖘𝖙𝖚𝖉𝖎𝖆𝖓𝖙𝖊 𝖉𝖊 𝕾𝖆𝖑𝖆𝖒𝖆𝖓𝖈𝖆 (1840) 𝖉𝖊 𝕵𝖔𝖘é 𝖉𝖊 𝕰𝖘𝖕𝖗𝖔𝖓𝖈𝖊𝖉𝖆.🕯 «Era más de media noche, antiguas historias cuentan, cuando en sueño y en silencio lóbrego envuelta la tierra, los vivos muertos parecen, los muertos la tumba dejan. Era la hora en que acaso temerosas voces suenan informes, en que se escuchan tácitas pisadas huecas, y pavorosas fantasmas entre las densas tinieblas vagan, y aúllan los perros amedrentados al verlas: En que tal vez la campana de alguna arruinada iglesia da misteriosos sonidos de maldición y anatema, que los sábados convoca a las brujas a su fiesta. El cielo estaba sombrío, no vislumbraba una estrella, silbaba lúgubre el viento, y allá en el aire, cual negras fantasmas, se dibujaban las torres de las iglesias, y del gótico castillo las altísimas almenas, donde canta o reza acaso temeroso el centinela. Todo en fin a media noche reposaba, y tumba era de sus dormidos vivientes la antigua ciudad que riega el Tormes, fecundo río, nombrado de los poetas, la famosa Salamanca, insigne en armas y letras, patria de ilustres varones, noble archivo de las ciencias. Súbito rumor de espadas cruje y un ¡ay! se escuchó; un ay moribundo, un ay que penetra el corazón, que hasta los tuétanos hiela y da al que lo oyó temblor. Un ¡ay! de alguno que al mundo pronuncia el último adiós.»
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